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Un sistema de alimentación ininterrumpida (SAI) tiene como objetivo principal asegurar el suministro eléctrico de determinadas cargas, tales como equipos informáticos, cruciales para garantizar el normal funcionamiento de una actividad empresarial dada. Un ejemplo típico lo tenemos en las farmacias, donde la red de ordenadores conectados a un servidor sencillamente no puede fallar. 

Pero, ¿un SAI únicamente se encarga de garantizar el suministro haciendo uso de una batería lista para conmutar y entrar en acción en caso de fallo de red? En función del tipo de SAI que se elija no sólo aseguraremos la alimentación eléctrica, sino que además se aportará suministro de calidad a los equipos elegidos, lo cual redundará en la seguridad y protección de los mismos. 

Cuando hablamos de monitorización energética, nos referimos a una instalación de analizadores o medidores capaces de leer, en cada instante, el consumo energético de un determinado equipo, máquina, sistema o instalación, para posteriormente traducirlo a coste económico. Por ejemplo, un analizador de redes trifásico instalado en una central de producción de frío de un supermercado, nos permitirá caracterizar perfectamente el consumo eléctrico de esta máquina. Conocido el consumo eléctrico, el cálculo del coste económico es directo, siendo ésta una de las tareas típicas del gestor energético.

Pero, ¿qué podemos hacer con los datos que medimos? En primer lugar, aumentar el ahorro de energía y reducir los costes económicos por gasto eléctrico o energético. Una vez se cuenta con un periodo medido mínimo, se caracteriza de manera precisa “cuánto y cuándo consume el equipo, máquina o instalación”, estableciendo una línea base. A partir de aquí, se fijan unos objetivos de reducción y estos se van controlando en el tiempo. En este punto, cabe destacar dos cuestiones:

> Al establecer la línea base ya vamos a poder ver qué equipos son los más ineficientes, pudiendo plantear su sustitución siempre y cuando conlleve un plazo de recuperación de la inversión atractivo. 

> La monitorización energética resulta ser un chivato muy eficaz de malos hábitos de uso, que de por sí son difíciles de detectar. Si no se mide, difícilmente se detecta, y por tanto no se puede corregir.

No hay duda de que las comunidades de vecinos tienen un gran potencial de ahorro y eficiencia energética. Cuentan con suministros eléctricos, suministros de agua, instalaciones de iluminación, ascensores, instalaciones térmicas, etc.

Si queremos llegar al ahorro de manera global y eficaz, lo ideal es hacer una auditoría energética completa del edificio o del conjunto de edificios para detectar dónde y de qué manera se puede actuar, pero si esto no es posible en un primer momento por el motivo que sea, se puede hacer un análisis y actuación por etapas.

Para entender mejor en qué punto se encuentran las instalaciones fotovoltaicas, convendría en primer lugar remontarse al año 2007. En aquel momento las reglas del juego eran claras: el Real Decreto 661/2007 establecía que la energía eléctrica producida por una instalación fotovoltaica se pagaría a 44 c€/kWh (para potencias de hasta 100 kW).

Por poner una referencia, un hogar medio español pagaba el término de energía de su factura eléctrica a 9 c€/kWh. Entonces, ¿por qué primar a la energía solar con este precio tan alto? Porque había que incentivar a la empresa o particular que soportaba el 100% de la inversión ofreciendo una rentabilidad lo suficientemente atractiva como para animar a este desembolso de varios cientos de miles de euros. Los costes eran elevados y por tanto la tarifa primada tenía que ir en consonancia.  

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